miércoles, 21 de abril de 2010

CAPÌTULO 4: “LAS FRÌAS CENIZAS DE UN INFIERNO APAGADO”

Jerónimo y Belarmino en la cueva misteriosa han encontrado un cuadro dañado, con la pintura de lo que piensan podría ser la imagen de Edith la hija de los hacendados:
Jerónimo.- ¡Creo que este cuadro puede cambiar la vida de muchas personas!
Hacienda La Semilla: Yurécuaro Michoacán.
En la Hacienda, todos están sorprendidos por un acontecimiento al parecer único, y es la llegada de una bandada de hermosas aves, calandrias de pecho rojo oscuro quienes se sitúan en los árboles que rodean los alrededores de la casa y causan la admiración de propios y extraños con su hermoso tintineo y canto alegre. Pero sorprende porque el volumen de su canto va aumentando de menos a mas hasta aturdir a todo quien lo escucha, así que nadie puede ignorar lo que sucede. Hay quienes dicen que este fenómeno es realmente extraño pues pareciera que alertan de algo por suceder, ya sea bueno o malo, algo claro u oscuro, pero en realidad su canto anuncia más la alegría de vivir que alguna tristeza en camino.
Jerónimo y Belarmino llegan a la Hacienda llevando el maltratado cuadro o pintura que han encontrado y se quedan sorprendidos al ver a los cientos de calandrias que vuelan y se aquietan en las ramas de los árboles con su bullicio, pero están más sorprendidos aún al ver a don Fausto Escobar, el Hacendado, quien ha salido también de su cuarto de tiricia y de sus profunda soledad, lo ven parado, quieto, con su vista fija y pensativa, en su mundo, un mundo propio que invita a regresar, a tener buen juicio y asimilar lo que significa la vida. Los dos mayordomos de La Hacienda tienen una conversación acerca de ello:
Jerónimo.- ¿Ya viste al Patrón junto al árbol?
Belarmino.- Sí y créeme que estoy muy sorprendido, ya tenía meses encerrado en ese cuarto sin querer ver a nadie, yo sentía tristeza por él, se supone que nosotros los peones y los trabajadores somos quienes podríamos sentirnos tristes y derrotados por la pobreza en la que vivimos, y porque a veces comemos solo dos veces al día, pero en realidad le buscamos el lado bueno de la vida y de las cosas y creo que hemos podido salir adelante, hemos aprendido a sobrellevar nuestra pobreza con un sentir de abnegación.
Jerónimo.- Eso nos ha pasado a nosotros, pero afuera, los demás peones están al borde de rebelarse y atacar la Hacienda, y en parte pudiera ser comprensible, pues a veces la comida escasea tanto que se puede caer en la desesperación y me temo que los cabecillas de la rebelión puedan animar a los demás para cumplir sus amenazas. Dime Belarmino, ¿Si sucediera una rebelión contra don Fausto, participarías?
Belarmino.- Yo la verdad no, don Fausto me ha ayudado desde que llegué de España y estuve a punto de morir, soy un español muy mexicano y sé agradecer cuando alguien hace algo bueno por mí. ¡Yo creo que todo a su tiempo Jerónimo!
Jerónimo.- ¡Pobrecito del patrón, piensa que el pobre soy yo! Sabes quién va mas lejos ¿Si la montaña o el cangrejo?, a veces el rico ignora que lo más valioso no se puede comprar nunca con el dinero, ni la felicidad, ni la vida, ni los sentimientos.
Don Fausto se percata de la presencia de los hombres, y les dirige la palabra:
Don Fausto.- ¿Hermoso espectáculo no? ¿Se puede saber donde han estado?
Belarmino.- Estuvimos en la cueva, de la cual le platiqué hace unos días, encontramos algunos objetos y quiero que vea uno en especial. Es un cuadro o pintura, dañado con una gruesa capa de pintura negra que oculta el retrato de alguien, ¿me gustaría saber a quién le recuerda el marco?
Don Fausto se queda helado al observar el maltratado cuadro, y decenas de recuerdos cruzan por su mente en instantes, como luces intermitentes que se encienden y se apagan, como creando conexiones cerebrales que estaban desconectadas por el paso del tiempo y la llegada de la tristeza y la desilusión.
Don Fausto.- ¡¡El cuadro de la pintura de Edith!! ¡No lo puedo creer! Me gustaría tanto poder volver a verla aunque sea en esta hermosa pintura. No hay duda, es el mismo cuadro. Inmediatamente mandaré llamar a don Marcial Jiménez, el anticuario que trabaja con Don José María Cabadas, allá en el pueblo donde se pide piedad, para que se acabe el azote de la peste, que dejó cientos de muertos en la región, yo soy testigo de que incluso a algunos los sepultaron vivos. Siento que él podría restaurarlo como se debe. ¡Vamos al cuarto de pago para actuar cuánto antes, sé que este suceso me devolverá la motivación de seguir viviendo, solo quiero pedirles que sean muy discretos con mi esposa, todavía una impresión como esta la puede hacer recaer, son muchos recuerdos de regreso en nuestras mentes!
Mientras tanto, en la zona de las parcelas de avena, se encuentran Ana Victoria, Jacinta su amiga y Obed el joven ciego platicando también de la vida de los ricos:
Ana Victoria.- ¡Siento que nunca voy a entender a la gente rica, no los veo felices!
Obed.- ¡Las penas no permiten ser felices a las personas, aunque tengan oro y plata a montones! El Hacendado tiene dinero, mucho, pero no puede devolverle la vida a su hija.
Ana Victoria.- Por eso, el pobre debe luchar por las riquezas que no se acaban, ni se destruyen, ni se van, las riquezas del corazón.
Jacinta.- Hablando de la hija de los patrones ¿Y ustedes vieron el torzal de la señorita Edith? ¡Platíquenme más de eso!
Ana Victoria.- ¡Es un torzal hermoso, todo de oro, y con un medallón con unas rosas grabadas en su interior, es realmente precioso y mas valioso sentimentalmente para los patrones.
Obed.- Yo no lo puedo ver, pero Ana Victoria me lo prestó para que lo tocara y lo sintiera, realmente ¡me transmitió mucho amor, pero también un gran vacío, una gran ausencia, yo sentí el medallón tan frío!.
Jacinta.- Pues también escuché que hay una gran mitote por la llegada de la sobrina de don Fausto, dicen que tiene un nombre rete trabajoso, yo apenas y me lo aprendí, se llama Arumi Andreína, dicen que ella se da mucha importancia y viene con un don de mando que solo le corresponde a los hombres y por supuesto al Patrón, ¡yo creo que va a salir lumbre de los portales de la Hacienda!
Ana Victoria.- ¡Creo que debemos regresar a la Hacienda! Hoy también tengo que visitar a doña Patrona en su cuarto para leerle, en todos estos días he aprendido mucho y hoy quiero leerle algo especial.
Al llegar a la Hacienda, Ana Victoria se encuentra con la novedad de que doña Patrona está más enferma aún debido a otro suceso inexplicable, el medallón de las rosas junto con el torzal de oro que perteneció a la señorita Edith, la hija de los patrones ha desaparecido. Eustolia la sirvienta envidiosa ha visto la oportunidad para culpar a Obed del robo, mientras que Martina no puede dar crédito a lo que escucha:
Don Fausto.- ¡Pero Patrona, busca bien el medallón entre tus cosas, seguro y ahí debe de estar!
Doña Patrona.- Toda la mañana me la pasé buscándolo entre la cama y el cuarto y no hay absolutamente nada, ¡alguien lo tomó mientras salí para ver a las calandrias y me lo robó, sabía que era lo único que guardo de recuerdo de mi hija y ni así tuvo compasión!
Eustolia.- Yo vi cuando Obed iba saliendo del cuarto hace unas horas, sospechosamente, como ocultando algo, ¡este joven no tiene respeto de Dios ni temor y miedo al mismísimo fuego del infierno, donde el fuego nunca se apaga y se sufre un tormento eterno que nunca tendrá fin! ¡Imagínense el dolor de las llagas calcinadas en la piel y el retorcerse de dolor, un dolor de muerte, pero nunca se podrá morir ahí, será un dolor insoportable! Y para allá va, sin lugar a dudas.
Obed.- ¡Mentira! ¡Yo no robé nada!
Alfonsina y Jerónimo están ahí presentes y no pueden creer las palabras de Eustolia, ni que Obed haya robado el medallón, pero principalmente no pueden permitir que se difame a Dios y su amor.
Jerónimo.- ¡Es mentira todo lo que has dicho Eustolia! Dios no ha contemplado nunca causar el sufrimiento de la obra de su creación, Él nos creó porque siente amor, no porque sea un buscador de faltas indefinidas y esté listo para castigar a una persona que fue mala en su vida, con la finalidad de hacerlo sufrir en un infierno de fuego por toda la eternidad. En la antigüedad, había pueblos que ofrecían a sus hijos en sacrificio a los dioses falsos y Dios expresó que no aprobaba estas detestables prácticas abominables. Además quien decide no amar la vida, y causar daño y destrucción está mostrando lo que realmente quiere, morir, y el castigo para ellos es precisamente la muerte, lo contrario a la vida, si la vida es existir, la muerte es la inexistencia.
Eustolia.- ¡Pero muchas personas buenas, se mueren, ellas no merecen morir!
Jerónimo.- La recompensa es la resurrección, y quien no ama la vida, Dios la juzgará y quizás decida que no resucitará por no haberse arrepentido nunca, así no podrá hacer mas daño pero el único juez es Dios, solo Él y nadie más.
Mientras hablan, doñas Patrona observa como algo cae de una de las bolsas del mandil de Eustolia y se queda asombrada al descubrir el fino torzal con el medallón.
Doña Patrona.- ¡Eustolia, deberías zurcir mejor tu mandil, voltea hacia al suelo! ¿Qué es lo que ves ahí tirado?
Todos voltean y surge un gran silencio:
Doña Patrona.- ¡Ya no hay nada más que hablar, Eustolia, tú y yo tenemos mucho que platicar!
Pasan dos semanas:
La Hacienda se empieza a vestir de colores verde y rojo con la llegada de la primavera, además los invitados comienzan a llegar. La nueva Carreta de viajero llega a la Hacienda, llegan don Marcial Jiménez, hombre de unos 65 años de edad, es anticuario de renombre y está dispuesto a devolverle la vida y la imagen al cuadro dañado. Lo acompaña su hijo Pablo Fernando de 22 años, un joven apuesto que impresionaría hasta la joven más exigente de la más alta sociedad. Don Fausto los recibe con un rostro de esperanza, sabe que al menos pueden devolverle un poco de luz a su horizonte:
Don Fausto.- ¡Bienvenidos a la Hacienda “La Semilla”!
Don Marcial.- ¡Llegamos muy complacidos al ver lo hermoso que es este lugar, mi hijo Pablo Fernando cree que este lugar puede ser tan atrayente como para quedarse a vivir!
Don Fausto.- La vida nos tiene reservadas grandes sorpresas, y en realidad todo puede suceder, así que este jovencito podrá realizar sus sueños, aquí o en otro lugar, pero las puertas de la vida están abiertas para él, para todo lo que se proponga hacer.
Pablo Fernando.- Desde que llegué tengo la sensación de que seré útil en este lugar y no solo como ayudante del anticuario.
Don Fausto.- ¡Belarmino llevará sus maletas! Mientras nosotros iremos a ver el cuadro de la pintura de mi hija, ¡urge que esa capa de pintura negra desaparezca!
Don Marcial el Anticuario.-…Y desaparecerá con toda seguridad, poco a poco la figura de la imagen irá apareciendo poco a poco, como la luz del alba va saliendo después de una noche oscura, hasta que el día queda firmemente establecido.¡ Muy pronto volverá a ver la imagen de sus hija Edith!
Más atrás, en el camino, otra carreta va dirigiéndose a la Hacienda, en ella va la Señorita Arumi Andreína, una bella joven de piel blanca, y de cabello castaño claro, ondulado, sus ojos radiantes azules, muestran una soberbia, capaz de hacer sufrir a los demás con el conocimiento de que la primera en sufrir será ella misma. Jerónimo va a su encuentro para darle indicaciones al carretero, y Arumi Andreína al ver el hermoso caballo en el que va Jerónimo que por cierto se llama “Centella”, pide montarlo para irse en él:
Arumi Andreína.- ¡Quiero terminar mi viaje desde Europa hasta aquí montada en ese hermoso caballo!
Jerónimo.- Creo que habrá algunos problemas, “Centella” últimamente ha estado muy nerviosa, algo raro le pasa, creo que podría ser peligroso para usted señorita.
Arumi Andreína.- Dije que quiero subir, ¡Es una orden! O pediré que te corran de la Hacienda.
Jerónimo.- Haga lo que quiera, pero es mi responsabilidad llegar con usted sana y salva hasta la presencia de sus tíos.
Arumi Andreína.- No estoy acostumbrada a que me nieguen misa deseos, no volveré a pedírtelo de nuevo.
Jerónimo.- Si así lo quiere usted, bajo su propio riesgo cae.
Andreína sube al caballo y Jerónimo sube a la carreta, falta poco para llegar a la Hacienda. Al principio todo marcha bien, pero ella va jalando las riendas de “Centella” con brusquedad, y cuando menos piensa y ya casi al llegar, el caballo termina enfureciéndose y corriendo a toda prisa, relinchando hace caer a la joven, quien termina tirada en el suelo desmayada.
Don Fausto, quien va con don Marcial “el Anticuario” y su hijo Pablo Fernando caminando por las afueras de la hacienda ven lo sucedido y Pablo Fernando corre para ayudarla, cuando Arumi Andreína reacciona se queda impactada al ver al apuesto joven. Mientras que Ana Victoria también corre a ayudar con unas toallas y alcohol. Al verla, Pablo Fernando se queda mudo al encontrarse con la hermosa Ana Victoria.
Pablo Fernando.- ¿Pero… quién eres tú?...
CONTINUARÁ…. Escrita por Francisco Murillo Méndez.

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