lunes, 24 de septiembre de 2012

NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR

Amigos, en esta semana les presentamos al segundo nuevo escritor de nuestra canasta de relatos Yurecuarenses, hoy con el relato:

NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR

De Francisco Javier Reynosa Marrón

Delfino creció en el ambiente de campo. Una vida pueblerina y pacifica. Trabajó y estudió al mismo tiempo. Luchó para estudiar en la mejor universidad de su país, y al fin lo logró, se tituló, y con eso se sintió reconfortado por todos esos años dedicados a su cometido.

Después de titularse, buscó una y otra vez por todos los poblados cercanos al suyo, y de hecho hasta en la ciudad más cercana, y nada mas no encontró un trabajo que se relacionara con su carrera y en el cual pudiese ganar lo suficiente para poderlo llamar como un trabajo digno. La mayoría eran sueldos bajos, y para eso él no había estudiado. Decepcionado de la realidad, tuvo que marcharse de su hogar una vez mas a parte del tiempo que ya había estado afuera cuando había estudiado.

Se encontraba enojado con todo su alrededor, con la miseria que vivía al no poder ejercer su carrera, hasta con su familia. Los culpaba por haberle hecho vivir en ese poblado. Estaba tan lleno de ira que simplemente se marchó sin despedirse de nadie. Al paso de una semana habló por teléfono a su casa diciendo que estaba en ciudad capital. Quince días después ya había encontrado trabajo en dicha ciudad correspondiente a su carrera. Trabajando en esa empresa se pasó tres años seguidos. Un día tuvo la oportunidad de recibir una propuesta de empleo en el extranjero y no desaprovechó la oportunidad. Se fue hacia otro país.

Un día que se sentía enfermo, le dolían los huesos, y al perecer el cuerpo entero; recordó las veces que su mama le curaba con remedios caseros, y con pastillas que vendían a todo el publico en la tienda de la esquina. Comparaba esa soledad vestida de éxito y lujos que nunca había tenido, con aquella miseria acompañada de cuidados maternales, palabras de aliento y consuelo, y la compañía de sus hermanos y su padre que aunque eran pobres y personas comunes y corrientes como solía llamar a todas las personas que no estudiaban, y aquella miseria le parecía mejor.

De vez en cuando salía solo a buscar que comprar para comer, o algún lugar como un restaurante donde pudiese disfrutar de una deliciosa comida, pero yendo el solo por allí, le hacia sentir un profundo vacío en su interior. Llegó a conocer jóvenes hermosas. Vivió aventuras con ellas, conoció parís, Madrid, new york, pero ninguna ciudad se comparaba con las praderas de aquel pueblito, y las noches en la plazuela donde se sentaba junto a aquel amor de juventud, que finalmente terminó casándose con otro.

Pasó su vida viviendo aquí y allá, disfrutando del éxito de su carrera en soledad, hasta que decidió regresar a su pueblo. Juntó el suficiente dinero como para vivir el resto de su vida sin tener que carecer de los recursos básicos para vivir, y los compartió con su familia. Regresó justo antes de que su madre falleciera. Después de ese día pensó en volverse a ir hacia el extranjero, pero analizó todo lo vivido, y concluyo que vivir el éxito solo, es como solamente haber soñado, y que aun con la falta de su madre, quedaban sus hermanos y padre, quedaba aquel pueblo que nunca salió de su mente, y quizás alguna buena mujer por conocer, y aquella frase que le decía ¿te sientes mejor aquí verdad? “es que no hay lugar como el hogar”.



Escrito por el nuevo escritor Francisco Javier Marrón Reynosa, de La Ribera Jalisco, 25 años

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